lunes, 30 de enero de 2012

"Farmacity para un antiguo boticario"


No pudiste cumplir la fantasía de "m´hijo el dotor", pero de todas formas tus padres pudieron verte ataviado con el blanco guardapolvo. No habrás sido un renombrado cirujano, pero sí un feliz farmacéutico. En tu propio negocio, aquel en el que abundaba el olor a azufre y alcanfor, despachabas medicinas y consejos. Porque en aquel entonces, uno podía confiar en tus conocimientos, y si no había tiempo para ir al médico, bien podíamos preguntarte qué pastilla, ungüento o pomada utilizar para aliviar las dolencias que nos aquejaban. Y salíamos, felices, con la cajita envuelta invariablemente en el colorido papel.
Pero hoy no sos más que un personaje vetusto. Un inadaptado que sigue conservando la balanza unplugged y el muñequito de Geniol con su tortura vudú. Hoy tu clientela se reduce a alguna que otra vieja confundida que quiere pagar con australes y nostálgicos en busca de tus sabios consejos. El resto, inexorablemente, fue absorbido por el monstruo Farmacity.
Deprime darse cuenta lo imposible que resulta pararse en cualquier esquina de cualquier avenida porteña y no divisar, en alguna de las dos direcciones, el espantoso cartel de la espantosa cadena. Estamos rodeados de estos desagradables locales que nunca cierran sus puertas, y, como no logro escaparme de sus garras, me quejo enumerando lo que más me irrita de Farmacity.

  • La trampa está tendida. Nadie, absolutamente nadie, entra a Farmacity y sale portando únicamente lo que había entrado a comprar.
  • El principal culpable de la máxima anterior es el sector por mí bautizado "el camino del consumo". Se trata de la seguidilla de golosinas de talante yanqui (nerds, m&m, snickers, etc.), películas y discos variados (y usualmente tristes, tipo Cambio de Hábito con Whoppi Goldberg), aspirinas y otras yerbas que te acompañan mientras hacés la siempre larga cola. Tarea para el hogar: observar en la próxima compra si algún compañero de fila logra atravesar el camino invicto.
  • En una farmacia se venden remedios. Acepto el matrimonio con la perfumería, se puede tolerar algún que otro artículo como bombachas descartables, pero ¿bebidas frías? A qué ser inferior se le ocurre entrar a Farmacity a comprarse una coca en esta ciudad regada de kioscos.
  • En el "camino del consumo" hay otro producto que me llena de ira y que vale la pena mencionar aparte: los aparentemente alegres cuadernillos de colores que llevan como título "Hipertensíon", "Obesidad", "Diabetes" y otros temitas. A qué cráneo del marketing se le ocurre diseñar esas guías sobre enfermedades con ese formato naif.
  • La música funcional también es terrible: clásicos melosos y desgarradores (tipo Whitney Houston we have a problem) mezclados con horribles jingles publicitarios como "Ya llegó Farmacity dos por uno, este clásico argentino (sic) es para vos..." puaj.
  • Los locales parecen contener todo lo que los sobrevivientes de una hecatombe nuclear podrían precisar para refundar la vida humana. Pero este Arca de Noé moderna tiene falencias, al menos tres, y las tres me rompen bastante las pelotas: 1) En las góndolas podés encontrar 321321 productos para el resfrío, pero no los tecitos Vick de los cuales me confieso adicto. 2) Hay 58 marcas de pañuelitos descartables, pero sólo venden el absurdamente caro papel higiénico con los perritos. Una cosa es el confort de la doble hoja, pero el estampado canino me parece demasiado. 3) No sé por qué absurda razón, en el rubro "algodón" sólo se vende el de la marca propia. Reto al más pintado a limpiarle el toor a un bebé con ese producto sin dejarle una pelusa en cada pliegue.
  • Otro detalle que me liquida es que hay ciertos productos, vaya uno a saber por qué, para los que parece que no basta el sistema de alarma que poseen los locales. Por lo que el cajero le avisa al de seguridad, con un poco discreto grito, que estamos pagando por el mismo y no somos saqueadores desenfrenados. Más allá de que la operatoria me parece un tanto rústica, pienso por qué las 27 personas que me suceden en la cola tienen que saber que llevo una crema para hongos o un test de embarazo.
  • Pero el último mal trago de la compra es la pregunta "¿Quiere donar su vuelto a Unicef?" Ante la mirada atenta del cajero y los demás espectadores ocasionales no se puede contestar que no, aún cuando tenemos la convicción de que ese cúmulo de centavos que se apropian ante cada transacción, no va a parar a los niños pobres del mundo (que las empresas monopólicas como esta ayudan a crear) sino a engrosar las ganancias de la empresa.

martes, 3 de enero de 2012

"Frases spinettosas" para un marciano sordo

No es la idea de este sucucho cibernético reproducir noticias, ni mucho menos señalar los hectolitros de mala leche de las diversas lacras periodísticas que nos rodean. Sin entrar en detalles ya por todos conocidos, y desde la profunda admiración a un verdadero prócer de la música, te escribo este post, marciano sordo, para que puedas disfrutar a través de la lectura, lo que no te permiten los oídos.

Porque varias de sus canciones acompañan mi vida desde gurrumín, porque su aguda voz es inigualable, porque no conocer al Flaco es una verdadera pena. Porque las "frases spinettosas", increíbles sucesiones de palabras, bien valen una, dos, cuarenta entradas; acá te dejo una selección... se invita cordialmente a participar a cualquier otro, marciano o terrícola, que ande dando vueltas:
  • Aquellas sombras del camino azul ¿dónde están? Yo las comparo con cipreses que vi sólo en sueños.
  • ¡Hola, pequeño ser! si tu mente se viaja tenés que parar, y aprender a vivir de lo que vos pensás.
  • Ah basta de pensar, alguien llora allí, se cayó del alerce. Ah, este sueño sin color, las ventanas y el baúl de tu espejo interno.
  • Es anochecer, siento tu señal, sigo andando sin saber. Por el auto-estereo, solo tu mirada, algo que no sé explicar.
  • Hoy, te quiero proponer, que mires en tu mar, mar cerebral.
  • Estas son luces que nacen, y mueren. Ya no quedan más amigos de lo eterno.
  • Vi la sortija muriendo en el carrousel, vi tanto monos, nidos, platos de café, platos de café.
  • Lo peculiar de nuestro gran calabozo, es esta especie de terror por el bosque. La risa nena no podrá surgir, a menos que te subas al árbol.
  • Bebe, bebe desde el columpio, el agua de la miseria.
  • Esta es mi corteza donde el hacha golpeará, donde el río secará para callar.
  • Toda, toda la ternura me darás, si te ofrezco ser parte de tu cuerpo.
  • Yo me recuesto y ella en el final, viene a dormirme movida de estrellas.
  • Tristeza del ajedrez, tristeza de las planicies, las ciudades cuadriculadas, escondiendo sus raíces.
  • Y en el infierno inflacionario, y entre los líderes del mundo, su corazón se abrirá... tal vez.
  • Viejo roble del camino, tus hojas siempre se agitan algo.
  • Bocas del aire del mar, beban la sal de esta luz, para sí.
  • Sombras inútiles del parque, los que llamaba no aparecieron, todo gigante muere cansado, de que lo observen los de afuera.