Pero hoy no sos más que un personaje vetusto. Un inadaptado que sigue conservando la balanza unplugged y el muñequito de Geniol con su tortura vudú. Hoy tu clientela se reduce a alguna que otra vieja confundida que quiere pagar con australes y nostálgicos en busca de tus sabios consejos. El resto, inexorablemente, fue absorbido por el monstruo Farmacity.
Deprime darse cuenta lo imposible que resulta pararse en cualquier esquina de cualquier avenida porteña y no divisar, en alguna de las dos direcciones, el espantoso cartel de la espantosa cadena. Estamos rodeados de estos desagradables locales que nunca cierran sus puertas, y, como no logro escaparme de sus garras, me quejo enumerando lo que más me irrita de Farmacity.
- La trampa está tendida. Nadie, absolutamente nadie, entra a Farmacity y sale portando únicamente lo que había entrado a comprar.
- El principal culpable de la máxima anterior es el sector por mí bautizado "el camino del consumo". Se trata de la seguidilla de golosinas de talante yanqui (nerds, m&m, snickers, etc.), películas y discos variados (y usualmente tristes, tipo Cambio de Hábito con Whoppi Goldberg), aspirinas y otras yerbas que te acompañan mientras hacés la siempre larga cola. Tarea para el hogar: observar en la próxima compra si algún compañero de fila logra atravesar el camino invicto.
- En una farmacia se venden remedios. Acepto el matrimonio con la perfumería, se puede tolerar algún que otro artículo como bombachas descartables, pero ¿bebidas frías? A qué ser inferior se le ocurre entrar a Farmacity a comprarse una coca en esta ciudad regada de kioscos.
- En el "camino del consumo" hay otro producto que me llena de ira y que vale la pena mencionar aparte: los aparentemente alegres cuadernillos de colores que llevan como título "Hipertensíon", "Obesidad", "Diabetes" y otros temitas. A qué cráneo del marketing se le ocurre diseñar esas guías sobre enfermedades con ese formato naif.
- La música funcional también es terrible: clásicos melosos y desgarradores (tipo Whitney Houston we have a problem) mezclados con horribles jingles publicitarios como "Ya llegó Farmacity dos por uno, este clásico argentino (sic) es para vos..." puaj.
- Los locales parecen contener todo lo que los sobrevivientes de una hecatombe nuclear podrían precisar para refundar la vida humana. Pero este Arca de Noé moderna tiene falencias, al menos tres, y las tres me rompen bastante las pelotas: 1) En las góndolas podés encontrar 321321 productos para el resfrío, pero no los tecitos Vick de los cuales me confieso adicto. 2) Hay 58 marcas de pañuelitos descartables, pero sólo venden el absurdamente caro papel higiénico con los perritos. Una cosa es el confort de la doble hoja, pero el estampado canino me parece demasiado. 3) No sé por qué absurda razón, en el rubro "algodón" sólo se vende el de la marca propia. Reto al más pintado a limpiarle el toor a un bebé con ese producto sin dejarle una pelusa en cada pliegue.
- Otro detalle que me liquida es que hay ciertos productos, vaya uno a saber por qué, para los que parece que no basta el sistema de alarma que poseen los locales. Por lo que el cajero le avisa al de seguridad, con un poco discreto grito, que estamos pagando por el mismo y no somos saqueadores desenfrenados. Más allá de que la operatoria me parece un tanto rústica, pienso por qué las 27 personas que me suceden en la cola tienen que saber que llevo una crema para hongos o un test de embarazo.
- Pero el último mal trago de la compra es la pregunta "¿Quiere donar su vuelto a Unicef?" Ante la mirada atenta del cajero y los demás espectadores ocasionales no se puede contestar que no, aún cuando tenemos la convicción de que ese cúmulo de centavos que se apropian ante cada transacción, no va a parar a los niños pobres del mundo (que las empresas monopólicas como esta ayudan a crear) sino a engrosar las ganancias de la empresa.