lunes, 7 de noviembre de 2011

"Subte" para Mariquita Sánchez de Thompson

Vení Mariquita (sin ofender), vení conmigo. Te voy a llevar a la Plaza de Mayo. Mejor evitar la antigua calle Umquera, hoy llamada Florida, evitar la casa en la que viviste, en la que se entonó por primera vez el himno en una de tus fabulosas tertulias. Mejor evitarla porque hoy es un roñoso Musimundo.
Te estoy llevando a la Plaza de Mayo, Mariquita (sin ofender, posta), porque quiero que bajemos esas escaleras. No te asustes, ¿ves que todo el mundo las baja?. En que allí, en las entrañas de la Tierra, funciona el medio de transporte que por poco te perdiste de conocer.
En realidad, los primeros metros (acá rebautizados díscolamente "subtes") se inauguraron en Londres y Nueva York en 1863, cinco años antes de tu muerte, pero en aquel entonces, sin internet y con casi 80 pirulos, no creo que te hayas enterado demasiado.
Nuestros subtes se inauguraron en 1913, (cuando éramos El Granero del Mundo dirían los nostálgicos agrogarcas) y fueron los primeros de Iberoamérica. De hecho, en esta línea, la A, todavía se usan esos viejos vagones. En las otras cinco líneas que recorren las profundidades de Buenos Aires, hay algunos (un poco) más modernos.
Se trata de trenes, simples trenes que tan en boga estaban cuando te fuiste. Pero trenes que, al igual que vos en Recoleta, están bajo tierra. ¿Por qué te elijo a vos, Mariquita (insisto, sin bardear), para explicarte de qué se trata este sistema de transporte moderno? Porque en esa Buenos Aires del siglo XIX no había nadie que supiera de tertulias como vos, y el subte es el lugar donde suceden los festines descontrolados diarios de la actualidad.
Amontonamiento, apretujones, tocadas de culo, algún que otro choreo, "dormidos" que no dan el asiento, imbéciles con mochila puesta que no piensan entender que el espacio es reducido, bobalicones que suben parsimoniosamente en horario pico y se quedan bloqueando la puerta sin pensar que hay mucha gente tras ellos, viejas ansiosas que se paran tres estaciones antes de bajar y empiezan a empujar a todo el mundo, vendedores de curitas, discos, chicles, hologramas y caleidoscopios. Todos juntos viajamos felices bajo tierra bien acompañados por diferentes opciones musicales: los rastafaris que nos regalan reggae en la línea B, los sikuris de la D y la orquesta filarmónica que reproduce El lago de los cisnes de Tchaikovsky entre Diagonal Norte y San Juan, en la C. Todos celebramos nuestra tertulia diaria a puro codazo, pisotón y olor a chivo propio y ajeno.

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