viernes, 2 de diciembre de 2011

"Tránsito de viernes" para mi bisabuelo



¿Te acordás querido bisabuelo (Antonio, Wilfredo, Jacobo, vaya uno a saber cómo te llamabas) de aquella Buenos Aires de los ´50? Ya hacía un tiempo que habías llegado de ¿Polonia? ¿Ucrania? ¿el Imperio Austrohúngaro? lo mismo da. Hacía tiempo que habías llegado y ya te sentías un porteño más: paseabas por la Costanera Sur, comprabas en las tiendas Harrods, te afeitabas en la barbería y tomabas café en Los 36 billares. Y para trasladarte de un lugar a otro, nada mejor que tu Renault Gordini.
Orondo circulabas por las entonces absurdamente anchas avenidas, todas de doble mano, y en las bocacalles, desde su garita, un "vigilante" controlaba el fluído y ameno tránsito vehicular. Seguro te acordás cómo los colectiveros te dejaban pasar mientras subían sus pasajeros, cómo los taxistas (verdaderos profesionales de la conducción) cumplían a rajatabla las reglas. Lo que darías, bisabuelo, por volver un día para manejar tu Gordini por la hermosa Buenos Aires.
Pero llegó el momento de darte la mala noticia. Esta ciudad tan querida se transformó en un verdadero infierno para el conductor aficionado. Cruzarla de punta a punta puede arruinarle el día al más pintado. Y esto, por algún extraño motivo que escapa a mi comprensión, se acentúa los viernes por la tardecita.
Complicados por nuestra subjetividad, creemos que somos los únicos que tenemos que llegar puntuales a un lugar X o que prometimos pasar a buscar a alguien, o simplemente, sospechamos que a nadie más lo apremian las ganas "in-in" (intensas e intestinales) de ir al baño.
La cuarta barrera que nos agarra, la octava vez que un colectivo queda trabado en el medio de la bocacalle en su afán de no esperar otra vuelta de semáforo, el décimo noveno idiota que pone las balizas y para en segunda fila vaya uno a saber pensando en qué, el enésimo taxista que nos hace luces cuando no podemos avanzar porque una vieja que a gatas puede mantenerse en pie está cruzando (mal) la calle, pueden ser las gotas que rebalsen el vaso y nos lleven a tomar alguna de las siguientes determinaciones:
  • Renunciar a la obligación, actividad o compromiso que teníamos, o incluso abandonar la pretensión del llegar al baño y relajar, ahicito nomás, los esfínteres. 
  • Sacar la cabeza por la ventana y gritar cual desquiciado "avancen la re puta madre que los parió".
  • Realizar ese estúpido proyecto naif de convertirse en Carlitos Ingalls e irse a vivir a una pradera.
  • Invertir nuestros modestos ahorros en algún proyecto de investigación científico que esté desarrollando la teletransportación segura.
  • Hacer la gran Maiquel Daglas en Día de Furia, clavar el freno de mano, salir caminando como si nada ocurriese y un par de horas más tarde, si pinta, romper todo con una bazooka.

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